sábado, 9 de mayo de 2009

MÁS ALLA DE LOS ACONTECIMIENTOS; ENCONTRANDO UN RENACER


¿Qué decide el éxito o fracaso de una institución? Por lo general, las organizaciones fracasan cuando sus estrategias no se adecuan al ambiente en el cual se desenvuelven, por ende, el éxito de ellas estará asociado a la capacidad de adaptabilidad al entorno. Pues bien, surge una nueva interrogante: ¿De quien depende que se adopten las estrategias adecuadas, que le permita a estas organizaciones adaptarse al medio en cual operan? La respuesta pareciera ser un consenso, los directivos y en quien recae toda la responsabilidad es en el líder de la organización o quien esté al frente de ella.

A través de nuestro conocimiento empírico, nos imponemos que existen muchos casos de países, empresas, instituciones, equipos deportivos o grupos de personas que alcanzan una posición de éxito y esta es reconocida y validada por la sociedad, sin perjuicio de ello, a la cabeza de estas organizaciones identificamos un conductor o líder.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, define como líder: “Persona a la que un grupo sigue reconociéndola como jefe u orientadora”.

En esencia, un líder es un individuo que logra transmitir confianza y seguridad, por tal hecho, obtiene seguidores, que estarán dispuestos a alinearse con sus objetivos o propuestas, a la vez esas propuestas son coherentes con las expectativas de los seguidores. En este proceso, estos últimos se dan cuenta (perciben), que quien está al frente es creíble, es capaz de enfrentar múltiples situaciones con decisión y perseverancia, lo cual vuelve a influir positivamente en sus seguidores. Produciéndose un ciclo virtuoso: el líder actúa – seguidores captan – el líder refuerza actitudes – seguidores proceden.

Por lo tanto, podemos entender al líder como un impulsor para el cumplimiento de los objetivos de una organización.

El texto elaborado por Bennis y Thomas (2003), recoge algunos casos y experiencias, ocurridas a diferentes personas en escenarios del tipo complejo. Las vivencias relatadas, se desarrollaron en un medio que les era desfavorable o mejor dicho, hostil. En ese evento, lograron un cambio que los hizo despertar o visualizar la situación acontecida con otra perspectiva, dejando atrás prejuicios, cargas emocionales, aspectos culturales, etc., para posteriormente alzarse como líderes en sus ámbitos de acción.

Como hemos visto, ciertos personajes logran cierta preeminencia o notoriedad dentro de la sociedad, los cuales son capaces de infundir de modo natural seguridad, lealtad y voluntad, en otros congéneres, mientras que otras personas por mucho que lo deseen, son incapaces de lograrlo.

¿Cuándo y cómo logramos un cambio de paradigma?

Una buena forma para resolver las complejidades que afligen a los seres humanos, es volcarnos hacia la naturaleza, muchos estudiosos de diversos temas, han encontrado en ella convincentes respuestas, logrando desarrollar teorías, modelos y hasta aplicaciones en la industria del consumo. En ese contexto, el profesor Laitman (2009), señala que: “Debemos imitar a los organismos vivos y utilizarlos como modelos para ver cómo organizar nuestras vidas en un todo único”.

Es por ello, que producto de la observación y relacionando el comportamiento de estos organismos con las situaciones contingentes podemos establecer ciertos patrones de conducta y descifrar ciertos paradigmas.

Tal como ocurre con la fábula: “El secreto de las águilas” (Anónimo), en la que este ser vivo tiene dos alternativas el de morir o renovarse. Lo anterior, debido a que producto de los años, su cuerpo ya no responde a las exigencias que requiere como cazadora para su sobrevivencia. Producto de ese hecho, entra en un proceso de despojarse de su pico que se ha tornado inservible, una vez que crece, prosigue con la renovación de sus garras, para finalizar con su plumaje. Dicho proceso, dura alrededor de cinco meses, transcurrido ese tiempo el águila vuelve a ser la majestuosa ave que todos conocemos, prolongando su vida por varios años más.

A través de esta historia, podemos establecer una analogía con el ser humano, es decir, la situación extrema obliga a tomar decisiones radicales, son verdaderos puntos de inflexión que desencadenan un replanteamiento de lo obrado hasta ese momento.

En esa línea de razonamiento, me permito citar el Salmo 103:4 – 5, contenido en la Biblia; “El rescata tu vida de la tumba, y te colma de amor y de ternura; sacia de bienes tu existencia, te rejuveneces como un águila”, lo citado, nos muestra el camino del renacer, pletórico de energía y con nuevos bríos para iniciar una nueva etapa.

En tal sentido, aquellas personas estudiadas por los autores de “Situaciones límite: los crisoles del liderazgo”, se consolidaron como líderes logrando reinventarse. Sin embargo, aun queda pendiente lo fundamental, y esto es porque las personas optan por ese camino.

La determinante que nos mueve a intentarlo frente a la adversidad

Surgen algunas incógnitas, que nos mueven a pensar y a cuestionarnos, debido a que por lo general los individuos, poco o casi nada conocemos de nosotros mismos. ¿Sabemos de ante mano, como vamos a reaccionar ante una situación límite o en determinada circunstancia? ¿Tenemos preparado un plan para actuar ante hechos imprevistos? ¿Si me notifican de una enfermedad catastrófica, tengo todo resuelto? La respuesta es categórica y contundente, un rotundo ¡no! A lo más, nos hemos puesto ante escenarios ficticios y pensamos o creemos que reaccionaríamos de tal o cual forma, pero ello dista mucho de la realidad en la mayoría de los casos.

Siguiendo con esta idea, es del caso recoger un antiguo proverbio chino, citado por el profesor Mintzberg (Mintzberg, 1973), que señala; “conocer a los demás es inteligencia y conocerse uno a sí mismo es sabiduría”.

Ese hecho, ha llevado a estudiosos del tema a investigar y buscar explicaciones que satisfagan estos requerimientos, el doctor en Psicología de la Universidad de Harvard, Daniel Goleman, (1995), plantea que la inteligencia emocional es la condición sin la cual no se manifestaría el liderazgo, lo señalado, tiene cierta correlación con lo leído en el texto, a instancias que un individuo que ha recibido una preparación adecuada, del mejor nivel, estar dotado de una excelente capacidad prospectiva y atiborrado de lúcidos proyectos, sin embargo si no cuenta con la Inteligencia Emocional, no alcanzara la dimensión de un excelso líder.

La inteligencia emocional, así definida por Goleman (1998), la entendemos: “como la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los ajenos, de motivarnos y de manejar bien las emociones, en nosotros mismos y en nuestras relaciones”. Esto, nos plantea un desafío el cual es, conocernos y además reconocernos, con nuestras virtudes y capacidades, para integrarnos al mundo que nos rodea.

Otros eruditos, le asignan a la “inteligencia emocional”, una vital importancia, debido a que incidiría en los triunfos o fracasos de los individuos. Sin embargo, dicha inteligencia no debiera afectar o interferir con la capacidad intelectual de los individuos, dicho de otra forma, tendría una estrecha relación con aquellos rasgos propios de la personalidad individual y en sintonía con los atributos de los seres humanos.

Por lo tanto, podríamos mencionar que aquellas aptitudes de tipo social y las de carácter emotivo que acompañan a las personas, serían mucho más relevantes para lograr la excelencia en todos los aspectos de la vida, en contraposición con los talentos intelectuales que exhiben los individuos.

Teniendo presente el actual entorno mundial, en cuanto a las complejidades que los seres humanos nos vemos enfrentados, referidas a la crisis económica y la pandemia de la influenza humana, el Dr. Weisinger (1998), le concede una aplicación pragmática a la inteligencia emocional, comentando: “es útil en tiempos de bonanza, imprescindible en tiempos de crisis”.

En los escenarios cambiantes y turbulentos, muchos paradigmas son derribados y reemplazados constantemente, lo cual nos hace tomar mayor conciencia de nuestras vidas, como así también de lo que esperamos a futuro, en lo personal, profesional y laboral, sobre este último Goleman (1998) plantea lo siguiente: “Las normas que gobiernan el mundo laboral están cambiando. En la actualidad no sólo se nos juzga por lo más o menos inteligentes que podamos ser ni por nuestra formación o experiencia, sino también por el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos o con los demás.”

Nuestro conocimiento personal es fruto de nuestras experiencias y de los demás, por tal motivo, la importancia de cómo nos relacionamos es fundamental en este proceso de crecimiento individual, el biólogo chileno H. Maturana (2003), nos enriquece con su perspectiva al señalar sobre el particular: "En el conversar construimos nuestra realidad con el otro. No es una cosa abstracta. El conversar es un modo particular de vivir juntos en coordinaciones del hacer y el emocionar. Por eso el conversar es constructor de realidades. Al operar en el lenguaje cambia nuestra fisiología. Por eso nos podemos herir o acariciar con las palabras. En este espacio relacional uno puede vivir en la exigencia o en la armonía con los otros. O se vive en el bienestar estético de una convivencia armónica, o en el sufrimiento de la exigencia negadora continua."

¿Que nos proporciona esa capacidad de reaccionar en mejor forma frente a situaciones extremas? El dominio de sí mismo, no perder la calma, ni la cordura por muy adverso que se presente el panorama, el conocimiento personal, a través de tener claridad sobre las destrezas en lo netamente emocional, es un muy buen punto de partida.

Sobre el particular, Goleman (1995), sitúa al individuo bajo un prisma en el cual es capaz de ordenar sus emociones, señalando: "Las personas con habilidades emocionales bien desarrolladas tienen más probabilidades de sentirse satisfechas y ser eficaces en su vida, y de dominar los hábitos mentales que favorezcan su propia productividad; las personas que no pueden poner cierto orden en su vida emocional libran batallas interiores que sabotean su capacidad de concentrarse en el trabajo y pensar con claridad".

Como una forma de reforzar lo tratado, he extraído parte de lo escrito por Robert Fisher (1998): “El caballero no parecía tener alternativa. Perdía fuerza con cada segundo que pasaba y la sangre brotaba de sus dedos allí donde se aferraban a la roca. Pensando que moriría, se dejó ir y se precipitó al abismo, a la profundidad infinita de sus recuerdos.

Recordó todas las cosas de su vida de las que había culpado a su madre, a su padre, a sus profesores, a su mujer, a su hijo, a sus amigos y a todos los demás. A medida que caía en el vacío, fue desprendiéndose de todos los juicios que había hecho contra ellos.

Fue cayendo cada vez más rápidamente, vertiginosamente, mientras su mente descendía hacia su corazón. Luego, por primera vez en su vida, contempló su vida con claridad, sin juzgar y sin excusarse. En ese instante, aceptó toda la responsabilidad por su vida, por la influencia que la gente tenía sobre ella, y por los acontecimientos que le habían dado forma”. Este relato, nos devela que mientras no seamos capaces de conocernos a sí mismos y reconocer nuestros errores, seremos presa de los miedos. Lo contrario, nos permitirá enfrentarnos a los desafíos con una fuerza interior que hará posible alcanzar los objetivos planteados.

Conclusión

Un buen líder debe poseer una buena cuota de optimismo y ser capaz de hacer frente a las amenazas para luego convertirlas en oportunidades.

Es fundamental, lograr el conocimiento interior, ello facilitara en todo momento la relación con el entorno y sus semejantes, y de ese modo, tomando el control de la propia vida tendrá la capacidad de erigirse como líder.

Finalmente, aunque parezca complicado el hecho de poder obtener y manejar las capacidades de la inteligencia emocional, su peculiaridad es que estas, pueden ser aprendidas por los individuos, es más, suelen ser identificadas por ellos mismos, previo un dedicado trabajo, para posteriormente producir un potenciamiento y un mejor aprovechamiento de ellas.

Bibliografía:

§ Bennis, Warren G. y Thomas, Robert J. 2003, “Situaciones límite: los crisoles del liderazgo”, Harvard Deusto, Business Review, (112) pp. 46 – 53.

§ Diccionario de la Lengua Española. 2001, Madrid, Editorial Espasa-Calpe, Vigésima segunda edición.

§ Fisher, Robert. 1998, “El Caballero de la Armadura Oxidada”, Barcelona, Ed. Ediciones Obelisco, Pág. 90-91.

§ Goleman, Daniel. 1995, “Emotional Intelligence: Why It Can Matter More Than IQ”, New York, Ed. Bantam Books.

§ Goleman, Daniel. 1998, “Working With Emotional Intelligence”, New York, Ed. Bantam Books.

§ La Casa de la Biblia. 1997, “Biblia de América”, Madrid, Ed. Grafo S.A.

§ Laitman, Michael. “La necesidad de un programa único educativo global”, laitman.es/2009/01/la-necesidad-de-un-programa-unico-educativo-global/ [Abril, 25, 2009].

§ Maturana, Humberto. 2003, "El sentido de lo humano", Santiago de Chile, Ed. J.C. Sáez, 10a.

§ Weisinger, Hendrie. 1998, “Emotional Intelligence at Work”, San Francisco, Ed. Jossey – Bass.